viernes, 25 de noviembre de 2016

A propósito del (H)Ay amores!
Y la actividad de clausura de nuestra semana aniversario:

¿Por qué el psicoanálisis se interesaría en el Bolero?

Por Alba Alfaro
En primer lugar podemos acercarnos a esta pregunta por la vía de las afinidades que existen entre psicoanálisis y poesía.
“Un psicoanálisis es una invitación pura y simplemente a hablar, no a describir, explicar, enseñar, justificar o repetir, tampoco a decir la verdad - sin duda para ser escuchado” afirma Jacques-Alain Miller[1]. Y esta invitación acerca el psicoanálisis a las creaciones poéticas: “Hacer de su vida una epopeya, al narrarla, es un esfuerzo de poesía”[2].
Se trata de que “La vida cotidiana de cada uno puede ser captada, magnificada, sublimada por la poesía”, en la medida en que es rodeada de un aura que le da al esfuerzo de producir sentido a algo que la sobrepasa[3]. Lacan designa la epopeya como una “narración de lo que nos pasa”, de lo contingente, de lo azaroso del encuentro, en un esfuerzo por darle un sentido.[4]  Y es a ello a lo que el análisis nos invita: a tejer, a hacer significar, más allá del hecho bruto[5]. Así, cada sesión de análisis da su lugar, favorece, invita, a este esfuerzo de poesía. 
Esta naturaleza propia del psicoanálisis le genero un interés histórico por el arte y la poesía. Ya Freud había señalado que el artista se adelanta al psicoanalista en la lectura de su época, aportándole enseñanzas invaluables en la comprensión de la naturaleza humana. Y luego Lacan cuando reformula el inconsciente freudiano “estructurado como un lenguaje, consideró que las figuras de la metáfora y la metonimia, propias de la retórica, acercaban la poesía a las manifestaciones del inconsciente. Más recientemente Miller, a partir de la última enseñanza de Lacan, ha intentado dilucidar el acto analítico y la interpretación a partir del acto poético.
Es por ello que la Nel-Maracay, en el contexto de su X aniversario, y habiéndose planteado elaborar sobre el psicoanálisis como un tratamiento del amor (lo sintomático) por el amor (la transferencia), ha invitado para este sábado 26 de noviembre, a las 10 am, a poetas y músicos de la ciudad a dialogar acerca del Bolero, como expresión poético musical propia de la región caribeña, para intentar dilucidar cómo este género constituye un modo singular de tratamiento estético y cultural del sufrimiento de amar.
Si el bolero contiene un texto poético, también tiene una musicalidad que le es propia, y nuestra idea, además de disfrutarla con ustedes, es extraer lo que esta manifestación nos enseña sobre nuestro modo cultural singular de padecer el amor.
Acompáñennos.
Los esperamos!!!



[1] Miller Jacques-Alain, “Psychanalyse et société. IV La poésie et la mort”, Quarto 84, Junio 2005, p. 9.
[2] Ibíd.
[3] Ibíd.
[4] Ibíd., p. 10
[5] Lacan J., Función y campo de la palabra y del lenguaje, citado por Miller, Ibíd., p. 9

jueves, 3 de noviembre de 2016

Las modalidades del Recurso frente a la Aporía -a propósito del (H)Ay amores, por Ángel Sanabria



En su comentario de El Banquete de Platón en el Seminario 8 (La Transferencia), específicamente al examinar el mito del origen de Amor que relata Diótima-Sócrates, Lacan resalta cómo el Amor surge justamente en el litoral entre lo real y lo simbólico. Producto de la cópula entre Penía o Aporía (la indigencia y penuria) y Poros (o Expedito, el recurso) -y por esta vía nieto de Metis (la Invención)-, el Amor no es un dios sino un daimon, es decir, un intermediario entre los dioses (lo real) y los hombres (el orden simbólico). En otras palabras, el Amor sería aquello que surge del encuentro del Recurso frente a la Aporía. ¿No es esto ya bastante como primera indicación?

En efecto, a partir de aquí entendemos que el amor sea, por una parte, aquello que permite al sujeto salir del “autismo nativo” del parletre (“ser-hablante”) por vía de la invención de algo que permita el lazo con el Otro –es decir, que permita el paso de lo imposible a lo posible. Es lo que Lacan formula como la metáfora del amor o sustitución del amado por el amante: el "milagro" de que algo en el objeto amado responda a nuestro deseo de amante. Esto hace del amor algo central en el advenir del sujeto a la existencia humana misma: todos nacemos como objeto del deseo (o del no deseo) del Otro y necesitamos ser deseados para constituirnos humanamente. El milagro de la metáfora del amor consiste en que de ese objeto que somos al inicio surja un sujeto capaz de amar –de salir del goce autoerótico para hacer vínculo con el Otro.

Pero por otra parte, tenemos que la naturaleza propiamente narcisista del amor lo hace proclive a la repetición mortificante, a la relación extenuante con ese objeto “único” de amor, con ese amor “de excepción” con el que intentamos paliar nuestra precaria posición frente al objeto amado: lo que amo en ti responde a mi propia fantasía, al objeto fantasmático que supongo en ti. Es el amor en el registro lógico de lo necesario, que encubre la imposibilidad del rapport sexual (de la “complementariedad de los sexos”).

El amor en la psicosis, que Lacan caracteriza como un “amor muerto”, muestra en su forma extrema esta faceta mortificante de goce mortífero, de real, que se aloja en el amor. Es lo que vemos, por ejemplo, en la certeza erotomaníaca de ser objeto de amor (“Él es quien me ama”), que fija al sujeto psicótico en la posición de ser objeto de goce del Otro, sin la posibilidad de producir una sustitución metafórica entre amado y amante que dialectice ésta irrupción de lo real del amor.

En medio de esta pluralidad de manifestaciones del amor, entre el "autismo nativo” del ser hablante, el “amor muerto” de la psicosis, y la repetición neurótica del sufrimiento amoroso, finalmente nos preguntamos: ¿de qué manera un psicoanálisis puede conducir al sujeto a la invención de “un amor más digno” (Lacan), un amor más abierto a la contingencia y al encuentro, -siempre sobre el trasfondo de lo imposible? Con este interrogante abierto, dejemos de momento que sea el poeta, siempre un paso por delante, el que acuda en nuestro auxilio:

Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.

Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.

Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.

Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.

- Roberto Juarroz, Quinta Poesía Vertical, 55