jueves, 29 de julio de 2010

Sobre la asociación de ideas (un párrafo de Saramago)

En las obras literarias en contramos muchas veces expresiones del autor que nos permiten ilustrar el pensamiento psicoanalítico. El siguiente párrafo de la novela El año de la muerte de Ricardo Reis de José Saramago, nos remite a la importancia que tiene para el psicoanálisis lacaniano el lenguaje en lo que respecta a las formaciones del inconsciente y a la asociación de ideas como vía para llegar a él.

- Luisa Arias

"Cuando una idea tira de otra decimos que hay asociación de ideas, y no falta incluso quien opine que todo proceso mental humano deriva de esa estimulación sucesiva, muchas veces inconsciente, otras no tanto, otras compulsiva, otras obrando en fingimiento de que lo es para ser adjunción distinta, inversa a veces, en fin, que hay muchas relaciones, pero ligadas entre si por la especie que juntas constituyen, y siendo parte de lo que latamente se denominará comercio e industria de los pensamientos, por eso el hombre, aparte de lo que en otros aspectos sea, haya sido o pueda ser, es espacio industrial y comercial, productor primero, detallista después, consumidor al fin, y también barajando y reordenado este orden, de ideas hablo que no de otra cosa, entonces podríamos llamar con propiedad ideas asociadas, con o sin compañía, o en comandita, acaso sociedad cooperativa, nunca de responsabilidad limitada, jamás anónima, porque, nombre, todos tenemos"



sábado, 3 de julio de 2010

VIDEO-TERTULIA "Los Laberintos Literarios de Borges"


PROGRAMACIÓN:
  • Proyección de la entrevista efectuada a Borges por Joaquín Soler Serrano en 1980, para el programa de la Radio Televisión Eespañola "A fondo".
  • Conversación entre los participantes, con la invitación de especialistas en literatura y colegas psicoanalistas de la NEL.

Actividad preparatoria hacia la VI Jornadas de la NEL "El laberinto de las identificaciones" (Bogota - 5, 6 y 7 de noviembre 2010)

¿Con qué se identifica Borges?

Borges y yo

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.

- Jorge Luis Borges, El hacedor (1960)