Para iniciar este trabajo me
pregunté por lo que la obra de Armando Reverón puede enseñar o aportar al
psicoanálisis, qué podemos aprender los psicoanalistas de la creación artística
a partir de la obra de este pintor. Me pareció necesario partir de lo que el
mismo Reverón podía haber dicho de sí mismo y de su obra. De su manera de
pintar y de lo que deseaba decir con lo
que pintaba y cuando pintaba. ¿Qué es un cuadro para Reverón? ¿Qué es la
creación artística para él?
Sabía de algunos testimonios
escritos sobre él que permiten acercarnos a lo que él mismo decía sobre lo que
era pintar y sobre la técnica que le era propia. De esa manera podía tener
algunos elementos aportados por el mismo artista en relación a su obra. He
tomado de Juan Calzadilla en su libro: Reverón,voces y demonios, las referencias para este trabajo que me han permitido
acercarme de manera preliminar a su obra.
Por otra parte, el psicoanálisis.
¿Desde dónde partir para leer a Reverón y dar cuenta de lo que enseña al
psicoanalista? Decidí retomar un trabajo discutido en esta escuela en una
reunión anterior con motivo de reflexionar sobre el lugar de la literatura para
el psicoanálisis en el marco de nuestro seminario de escuela en el cual
trabajamos el tema de la escritura. Se trata de un trabajo de una psicoanalista
miembro de la SLP en Italia, Erminia Macola titulado “El tacto y la letra.Volver sobre la escritura”. En ese trabajo plantea que en la literatura lo real
se despliega en lo escrito y se desgasta de sentido, permitiendo una reducción
del mismo. Es creado así un resto sin sentido que es la obra misma. De allí el
manoseo en la insistencia de la corrección. Al escritor se le dificulta, por un momento,
separarse de ese resto, de lo que ha escrito. Es la litura o litter, letra
como resto y como residuo de esa función, que cesa en su papel de remitente y
articulador de sentido que hace gozar. Macola trabaja el texto “Lituraterra”, de Lacan, y extrae lo
siguiente: “El psicoanálisis podría tener un corazón mudo, mientras que la
literatura es todo escritura. El psicoanálisis si acaso, pone en evidencia que
la perfección de la obra literaria va más allá de sí misma cuando se confronta
con lo real, y no tiene que ver con su calidad de objeto perfecto, acabado”.
¿Qué podemos obtener de estos datos
como aporte para el psicoanálisis en relación con la pintura? ¿Podríamos
plantear que la obra pictórica se corresponde con una escritura a la manera de “trazo”
que permite hacer con lo real y el sentido?
Planteo como hipótesis o pregunta
a trabajar, considerar que en el proceso de pintar, de crear un cuadro, algo de
lo real -de lo pulsional- se escribe, cobrando un sentido apaciguador. En la
obra de Reverón, el cuadro es el testigo de este proceso, tal como plantea J. Calzadilla en su libro. Y en particular,
pensar desde la obra de este artista el lugar del cuerpo en el proceso de
creación artística.
Paso ahora a dar cuenta de
algunos testimonios de artistas y otros personajes de la época de Reverón que
lo conocieron, lo quisieron y apreciaron la profundidad de su postura en
relación con la pintura y el arte en general, especialmente el teatro, otra
manera que Reverón tenía para expresarse como artista, en la que él era,
personaje, director, actor y creador de su propia obra.
Para Reverón, pintar era formar
parte del cuadro. Lo que pintaba era consustancial con lo que decía, con lo que
creía y con la manera como vivía.
En relación con eso, Juan
Calzadilla, en su libro nos dice que uno de los problemas que Reverón
confrontaba en su pintura era cómo plasmar el estado natural de la luz. Tenía
algunas teorías que generaban implicaciones en su relación con el cuadro. El
consideraba que debía tener alguna fusión con la luz y la naturaleza para
aparecer en la obra. Así leemos en el prólogo que: “(Reverón)También se planteó
transformarse para que al plasmar la luz pudiera él mismo sentirse como parte
de ella, es decir, como integrado física y visceralmente a la naturaleza. (…)
verse a sí mismo en el proceso de percibirla y hacer del cuadro el testimonio
de este proceso. (…) Decía: cuando pinto,
no puedo separar la luz de mis colores”.
Más adelante, encontramos que la
pintura para él era también una manera de expresarse más allá de lo que puede hablarse. Algo de lo que no se puede decir
aparece en su obra. Así lo hace saber Calzadilla en el mismo prólogo. Cito: “Lo que había en él de impulsiva y
apremiante necesidad de expresarse, no requería
ser justificado fuera del resultado en que satisfacía ese afán absoluto
de traducir lo invisible que, por otra
parte, se manifestaba de modo natural, como puro y sensual goce”.
Hay muchos testimonios que hablan sobre
algunas teorías de Reverón en las que plantea que el pincel es la lanza y el
lienzo, el toro; o que él es el lienzo sobre el que arremeten los pinceles-toro, pinceles-lanzas. Así podemos pensar que el
pintor forma parte de su obra, que se cuenta en ella. Algo de sí mismo parece
transvasarse al cuadro que pinta. Especialmente en relación con los toros, con
los que, según algunos testimonios, le sirve para representarse a sí mismo.
También abrigaba la creencia de
que el rol del pintor es parecido al de un torero en el trance de lidiar un
toro. Se dice que nunca pintó una corrida de toros, aunque sí pintó toros en
otras circunstancias. En una oportunidad
al final de su vida, manifestó su deseo de pintar una corrida de toros y al ser
interrogado del porqué deseaba pintar eso, él respondió evadiendo una respuesta
precisa, que lo que quería era pintar a
la esposa del Dr. Báez Finol observando la corrida, sentada, con mantilla y
peineta. Pocos días después, murió.
Otras teorías del pintor nos
permiten acercarnos al lugar que le otorga a su propio cuerpo en su obra. Hay
testimonios que nos permiten acceder a lo que él planteaba como el efecto que el
proceso de pintar ejerce sobresu propio cuerpo y al contrario, el efecto que su
cuerpo ejerce en su pintura. Algunos testimonios:
“Reverón pensaba que el pintor
debe atacar el lienzo como un guerrero lo hace ante un enemigo”.
Se cuenta que en una oportunidad
tuvo que hacer varios rituales y terminar comprimiendo su vientre “para apartar
los malos pensamientos que surgirían ante la modelo desnuda a la que se
disponía a pintar”.
Era frecuente apretarse el
vientre para pintar. Decía que de esa manera podía separarse la parte superior
del cuerpo, que era la parte espiritual, de la parte inferior del cuerpo, que
era la parte material, para evitar que interfiriera con el proceso de la
pintura.
Algunas anécdotas destinadas a
contar la relación de gran amistad que estableció durante muchos años con el
pintor ruso Ferdinandov, nos permiten otros datos al respecto. Cuando Reverón se muda a Macuto, su amigo le
regaló dos libros y le dijo: “si los
tienes contigo, nada más te hará falta”. Eran la Biblia y El Quijote. Desde
entonces, Reverón solía amarrarse esos libros al cuerpo a la hora de pintar, la
biblia sobre los órganos reproductores y el Quijote en las vísceras que inciden
en la naturaleza del pintor.
También podemos escuchar quien ha
contado que, al faltarle la inspiración, Reverón”frota sus brazos con una tela
gruesa hasta hacer saltar sangre. Luego se va a “calentar la vista”, como él
mismo decía, extasiándola en los colores del día, en el paisaje. Sigue después
lo que él llama el baile de los colores, una necesidad del pintor que consiste
en sentir los colores por medio del tacto. Palpa los colores antes de
utilizarlos. Trabaja casi desnudo, pues asegura que así evita la intromisión
del color de las ropas entre la obra que va surgiendo y la pupila. En ocasiones
se ata los miembros con cuerdas, para
que las acciones reflejas no perturben la obra, la ejecución”.
De otro relato, obtenemos los
siguientes datos: “Una vez alcanzado el estado de trance, acometía el lienzo
con las dos manos, ejecutando rápidos trazos, con el denuedo de quien está
agrediendo a alguien. Y en verdad que Reverón concebía el lienzo como un
cuerpo. Ya pintado el cuadro, solía efectuar sobre éste cortes, incisiones y
raspados empleando para ello uñas y dedos, hasta sacarse sangre”.
Es importante destacar también el
placer que pintar le producía a Reverón, y no solamente pintar, sino enseñar a
pintar. Así transmitía el entusiasmo implícito en ello, lo que además aseguraba
que cumplía la función de transmitir el deseo de pintar. Da testimonio de que
pintar para él, es parte de su vida y se integra a ella. De Emiliano Santana
toma calzadilla la siguiente anécdota: observaba Reverón a Pedro Ángel González
en una clase que daba de pintura a la manera tradicional de observar
silenciosamente a sus alumnos reproduciendo un modelo. Corregía, aconsejaba y
daba rápidas indicaciones. Reverón lo llamó aparte al profesor y le dijo: “No
estoy de acuerdo con el método. Lo correcto es que tú pintes un cuadro y que
tus alumnos vean con detenimiento lo que haces. Así los muchachos se
entusiasmarán al verte pintar. Tú te entusiasmarás porque estás pintando. Todos
se entusiasmarán y al final verás que has pintado un cuadro. Luego venderás el
cuadro, cobrarás el dinero y así te entusiasmarás todavía más”.
Estos planteamientos constituyen
un aporte, que si bien no pretende responder a todas las preguntas planteadas
inicialmente, marca un punto de inicio en una línea de elaboración que se
inicia para mí con este trabajo.
Quiero retomar para finalizar un
pequeño cuento relatado por el pintor, y que es el epígrafe del libro
anteriormente nombrado de Calzadilla: “Una vez un artista fue donde el Rey a
llevarle un regalo y le mostró las manos vacías. El Rey no vio nada en las
manos del artista. El Rey aceptó el regalo al mirar los ojos del artista. El
artista no necesita llevar nada en sus manos. Con los ojos le basta.” Podemos decir entonces que para Reverón, el
cuadro está en los ojos del pintor, en lo que toma de lo que le rodea y le
sirve de modelo para una idea que surge de una pintura a partir de lo que
descubre en lo que mira. Hay una anécdota relatada por Juanita, su compañera,
del día en que se conocieron y que me permitió evocar este cuento que había
leído antes: “…entonces me dice él,
vamos a verle las manos, entonces yo le digo, esa mano no, no, y …me arrancó
los guantes y me vio las manos. Ay, pero que manos tan lindas tiene, preciosas
tiene esas manos, las tiene como para pintar una virgen”.
Adriana Meza
Psicoanalista de la NEL-Maracay
* Intervención para el Cine-Foro: “Reverón:
cuatro testimonios” (CICLO
“PSICOANÁLISIS, SU VIGENCIA HOY”)
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