Freud se vio llevado tempranamente a ocuparse de la educación por su papel en la formación de síntomas y en la etiología de la neurosis. Incluso al final de su obra, en las “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” señalará:
La más somera ponderación enseña que hasta ahora la pedagogía ha desempeñado muy mal su tarea e infligido graves perjuicios a los niños. Si halla aquel optimum y resuelve su misión de manera ideal, puede esperar que extirpará uno de los factores que intervienen en la etiología de la neurosis: el influjo de los traumas infantiles accidentales. En cuanto al otro factor, el poder de una constitución rebelde de las pulsiones, en ningún caso puede eliminarlo. (1932, pág. 3186).
Confluyen en su reflexión, por una parte, la constatación de un desarreglo inherente también a la organización social (una suerte de “neurosis de la cultura”), y por la otra, el estatuto paradójico de la pulsión –ella misma indomeñable- como fundamento mismo de la obra cultural.
Es desde la función propiamente de un “resto” inasimilable de malestar -tanto en lo individual como en lo colectivo-, que cobra todo su relieve la consideración freudiana de las tres profesiones imposibles: gobernar, educar, psicoanalizar:
“Las pulsiones amorosas son difíciles de educar, y su educación consigue ora demasiado, ora demasiado poco (...), acaso habría que admitir la idea de que en modo alguno es posible avenir las exigencias de la sexualidad con los requerimientos de la cultura.” (1912, pág. 1716-1717).
Freud resume en tres puntos centrales la tarea del educador:
- Primero, el educador debe discernir la peculiaridad del niño, cuál es su constitución psicológica particular.
- Segundo, debe deducir a partir de detalles muy sutiles, qué se juega en ese momento en la vida anímica y en el desarrollo emocional del niño.
· Tercero, debe conducir su labor educativa entre el amor y la autoridad, evitando los extremos de una excesiva permisividad y una excesiva restricción.
En esta tarea una cuota de malestar es siempre inevitable tanto para el maestro como para el niño por el hecho de que la educación no puede evitar la tarea de adaptar al niño a las exigencias sociales e imponerle una cierta “disciplina”, y sin embargo debe a la vez evitar una excesiva represión de los impulsos del niño que termine por dañar el alma infantil y sembrar problemas en el futuro adulto. Tal sería el reto y el aporte de una “pedagogía esclarecida por el psicoanálisis”:
La educación debería poner un cuidado extremo en no cegar estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia el buen camino. En manos de una pedagogía esclarecida por el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de una profilaxis individual de las neurosis. (pág. 1867)
Ángel Sanabria, Psicoanalista
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