sábado, 18 de octubre de 2014

Padres de hoy, por Ángel Sanabria


En un lugar público una madre forcejea impotente con su pequeño hijo de cinco o seis años, tratando de levantarlo del suelo en el que se ha dejado caer y del que se niega a moverse. Al poco rato vemos a la madre corriendo desesperada tratando de darle alcance mientras el niño huye de sus requerimientos. No falta un adulto que, observando la escena, señale la “buena nalgada” que le haría falta al chicuelo.

Vivimos en tiempos difíciles para los padres, tiempos de desorientación y de límites confusos. Lejos están los tiempos en que la Autoridad (con mayúsculas) nos sometía con sus exigencias y prohibiciones. Podría pensarse entonces que ahora vivimos más aliviados, que nos hemos quitado un peso de encima. Sin embargo, no es precisamente así. Resulta que ahora vivimos muchas veces más “estresados”, “ansiosos” o “deprimidos”, en fin, más angustiados. Y en ese agitado movimiento de cosas, los padres de hoy se encuentran frecuentemente desorientados y desbordados por las
exigencias de la crianza de los niños.


Si antes las normas sociales nos imponían el sacrificio de los placeres individuales en nombre del bien común, la moral o las buenas costumbres, ahora en cambio es la búsqueda de la felicidad individual lo que ha pasado a ser un imperativo de la sociedad. No sólo debemos mantenernos jóvenes y hermosos, sino debemos además tener una actitud “positiva”, mantener una alta “autoestima” y ser “exitosos”. Y si fallamos en el intento, no hay excusas: siempre habrá una rama de la industria atenta a ofrecernos una respuesta a nuestras necesidades en caso de no lograrlo por nuestros propios medios, incluyendo los “manuales de autoayuda” y las “pildoritas” (en sentido figurado y literalmente también).

Hoy en día nuestros niños se encuentran entonces un poco a la deriva, enfrentados a la sobre estimulación de la vida actual y a unos adultos que, desprovistos de la autoridad tradicional, se sienten más bien inclinados a “negociar” con el niño de “igual a igual”, llevados más por un ideal de “comunicación” que por el esfuerzo de escuchar lo que se juega realmente en el niño, incluso sin él mismo saberlo. Y es entonces con su cuerpo inquieto, con sus dificultades de “adaptación”, con sus síntomas, que el niño intentará hacerse oír –tanto más ruidosamente cuanto más sordo sea el entorno. No se trata, por supuesto, de revivir tiempos pasados que –mejores o peores- pasado son. Pero sin duda que hace falta abrir espacios para la reflexión y la conversación donde la palabra recobre algo de la dignidad que ha perdido en nuestro mundo globalizado, desplazada por el imperativo de las “técnicas” y –cada vez a más temprana edad- por el recurso a la medicación.

-Ángel sanabria, psicoanalista

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